Resulta
curioso que lo que más añore sea la sensación de mentira, la que después me
hacía sentir estúpida por creer en una posibilidad como esa. Ella solo existía en
tu boca y se daba un festín, yo te cazaba en tus ojos y en sus miradas fugitivas.
Solías escapar rápido, a cualquier otra parte mientras yo me quedaba jugando
con el vaho en tu cristal, escribiendo los reproches que no me atreví a
vomitar. Si alguna de aquellas veces hubieras mirado hacia atrás sabrías que yo
me quedé esperando cien años. Tal vez nos hubiésemos ahorrado cinco
inviernos y eternos domingos, pero la huida te llamaba a la puerta y casi
siempre la cogías de la mano. Solía pensar que para ver las cosas con claridad
con un ojo bastaba, hoy me cubro los dos y no veo nada. Todo se ha vuelto
de un color oscuro perdido, aunque siguen siendo los mismos que quisieron
fulminarte. Los recuerdos se vuelven presente infinito; cuando tu decías que
algún día aprendería a volar, sabiendo desde el principio que no te quedarías para
verlo.