A cada día que pasa me siento un poco menos yo… Como si mis dieciocho fueran en realidad cuarenta. Aunque se que la culpa no es toda de los números, hacerse mayor sin ti se hace mucho mas duro de lo que pensaba. Teníamos tantas cosas y se han ido a la mierda para siempre… Confieso que esperaba algo, no se el que, solo… algo que aliviase esa sensación de mentira. Sin embargo, aunque nada ha salido como yo esperaba, aunque ha salido mucho peor de lo que yo podría haber imaginado, hoy puedo decir… “me siento libre” Y ahora que empiezo a conocer esta sensación no se si me gusta, eso que siempre he ansiado, quizás tienen razón quienes dicen que no se ser libre, o que mi libertad no es la misma que la de los demás. Pero sola o no, me toca intentarlo.
domingo, 24 de julio de 2011
martes, 19 de julio de 2011
in the presence of the enemies, Pt.1
Cierras la puerta tras de mi, como siempre bajas la persiana; divina oscuridad, me gustaba tanto sentirme desorientada y confusa, tambalearme apoyada en ti tropezando a cada vuelta que dábamos al son de la música. Cerraba los ojos y me dejaba llevar. Respiraba profundamente pensando... no, en ese momento no pensaba. Entonces tú cantabas una estrofa y yo me reía bajito. Empecé a pensar que marearme formaba parte de tu estrategia.
Me miras, yo sigo con los ojos cerrados pero se que me estas mirando y me limito a esperar el beso que me toca, siempre tan dulcemente silencioso. Sentía dejarme caer por un precipicio con la fe ciega de que me rescatarías al vuelo. Marcabas el ritmo de Dream Theater con el pie y como de costumbre acabábamos apoyados en la puerta, donde todo empieza y acababa. Allí nos mirabas en el espejo, siempre quise saber que pensabas en ese momento, pero todo era demasiado encantador como para preguntar algo que no tenía respuesta. Y guiados por la escasa luz subíamos a lo alto de la más alta torre. Me divertía quitarme los zapatos desde arriba sin usar las manos y dejarlos caer hasta que sonaban al estrellarse contra el parquet, mirabas lo bien que me lo pasaba, sonreías y me imitabas. Entonces me hacías la típica pregunta -¿donde la quieres? Hacia la venta o… hacia la puerta? solía escoger el lado opuesto del que ya estaba, por eso de que me enseñaste a llevarte la contraria.
Nos habíamos dedicado tanto tiempo que al estirarnos nuestras piernas se entrelazaban como si tuvieran vida propia, apoyaba mi cabeza en tu hombro y tú me cubrías con tus brazos, escondía la mirada y llevaba mi mano a tu pelo. Pasaba los minutos enroscando mechones entre mis dedos. La luz cada vez más escasa se filtraba por las ranuras de la persiana y estampaba tu piel y las paredes de pequeñas motas de luz.
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