Por la noche oigo entrar al silencio, y le temo. Pienso en mí, en mi sin ti.
Estirada en la cama alzo el brazo intentando tocar el techo, y me queda tan lejos…
Tal vez ahora no lo parezca, pero hubo una época en la que podíamos detener el tiempo.
Íbamos por delante, oyendo cada tic-tac incluso antes de que sonara, teníamos el tiempo en la palma de la mano y canturreaba el paso de las horas para nosotros, solo había un lugar en el que el contrarreloj no perdonaba. Bajo las sabanas que parecían infinitas nos escondíamos y planeábamos como contraatacar al mundo una vez más. No quisiera haber salido nunca de allí.
Estábamos locos y nos encantaba hacerlo evidente, nadie nos entendía y eso era todavía mejor. Comíamos en la cama y dormíamos en el suelo. Andábamos descalzos y nos bañábamos bajo la lluvia en pleno enero.
Pero en el mejor momento empecé a notar como se terminaba el aire y cuando me asomé entre las sabanas para respirar… la realidad me arrastró con ella y nunca volví a tocar el cielo con la punta de mis dedos.